El lavado de imagen ecológico de las empresas ya no es aceptable
Pilita Clark
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Pilita Clark
El otro día, el director ejecutivo de una reconocida firma global hizo algo inusual. Dijo que la gente debería preguntarse si realmente necesitaban comprar algo que su grupo era famoso por vender. “En este momento, cada uno de nosotros debe pensar seriamente si debemos tomar un vuelo o no”, dijo el CEO de Virgin Group, Josh Bayliss. Y ese fue sólo el comienzo de sus comentarios durante una entrevista con el sitio web de noticias Green Business sobre la creciente presión pública para motivar a las empresas a que demuestren sus credenciales ecológicas.
Algún día el combustible de aviación bajo en carbono será ampliamente utilizado, dijo. Pero hasta que eso suceda, todos los vuelos seguirán quemando combustible que contribuye al calentamiento climático, por lo que la gente debe preguntarse: “¿Realmente necesito viajar? Si es así, ¿cómo voy a hacerlo?
Esa es una declaración notable del jefe de una compañía con participaciones significativas en las aerolíneas Virgin Atlantic y Virgin Australia. Bayliss tiene cierto margen de maniobra: Virgin es una empresa privada y su fundador, Richard Branson, es un multimillonario abiertamente preocupado por las cuestiones ecológicas. Sin embargo, pocos líderes empresariales han sido tan abiertos con respecto a las implicaciones de la acción climática.
Muchos se muestran preocupados por el clima, especialmente aquellos en industrias que luchan por impresionar a los inversionistas y consumidores preocupados, o contratar a reclutas jóvenes y brillantes, pero la escala de su retórica es mayor que la de sus acciones.
El mes pasado, Bob Dudley, el presidente ejecutivo de BP, confirmó que el grupo de petróleo y gas respaldará la fijación de precios del carbono como parte de su compromiso para “avanzar en un futuro con bajas emisiones de carbono”. Sin embargo, el año pasado, BP fue uno de los principales donantes de una campaña multimillonaria de lobby que ayudó a eliminar una medida electoral en noviembre en el estado estadounidense de Washington que habría creado un impuesto al carbono.
Afirmó que el impuesto estaba mal diseñado, aunque este año respaldó otro esquema de precios del carbono en el mismo estado, lo que resulta algo confuso. Lo mismo ocurre con algunas de las acciones recientes de ExxonMobil. Este mes, anunció que estaba reforzando su financiamiento para la investigación climática, invirtiendo hasta US$ 100 millones en los próximos diez años para ayudar a los laboratorios gubernamentales a encontrar “soluciones innovadoras” a las emisiones de carbono. Pero si esa suma se paga a una tasa de US$ 10 millones al año, representaría menos del 1% del presupuesto de investigación y desarrollo de Exxon de US$ 1.120 millones el año pasado. Mientras tanto, el grupo ha luchado contra los accionistas que querían una votación en su reunión anual de este mes sobre una propuesta pidiendo que divulgue sus objetivos de reducción de emisiones.
Entonces está BlackRock. Larry Fink, el jefe de una de las mayores empresas de gestión de activos, les escribió a los CEO en enero del año pasado para decirles que sus empresas tenían que hacer más que simplemente ganar dinero. Necesitaban demostrar que estaban haciendo “una contribución positiva a la sociedad” y que entendían cómo las “tendencias estructurales”, como el cambio climático, afectaban su potencial de crecimiento.
Sin embargo, en 2018 BlackRock apoyó sólo 10% de las propuestas de los accionistas relacionadas con el clima, según el análisis de Ceres, un grupo de defensa empresarial sostenible. Y la firma ha fallado notoriamente en unirse a Climate Action 100+, una iniciativa liderada por más de 300 inversionistas con activos colectivos de US$ 33 billones que ha presionado a compañías para que fortalezcan su acción climática. BlackRock sostiene que es más productivo abordar los asuntos climáticos en privado con las empresas y afirma que lo ha hecho con más de 200 empresas. Su enfoque, como el de BP y Exxon, puede parecer completamente plausible en este momento en que las acciones del gobierno con respecto al cambio climático han sido débiles. Pero ¿y si pronto no es así? En EEUU el cambio climático se está convirtiendo en un tema central para el creciente grupo de demócratas que están compitiendo para ser el candidato de su partido en las elecciones presidenciales del próximo año.
En el Reino Unido, el canciller en la sombra, John McDonnell, dice que un futuro gobierno laborista excluirá a las compañías que no estén haciendo lo suficiente para enfrentar la “emergencia climática” de la Bolsa de Valores de Londres. A medida que los informes científicos provocan protestas masivas y huelgas estudiantiles, un número creciente de países está adoptando planes para reducir las emisiones a casi cero dentro de 30 años. Estas promesas tal vez no resulten en acciones significativas: la historia sugiere que así será. Sin embargo, el debate sobre el cambio climático está cambiando y estoy dispuesta a apostar a que las compañías que no logren igualar sus reclamos ecológicos con acciones sólidas enfrentarán riesgos mucho mayores en el futuro.